Se acabó la aventura. Hace dos años, en Brasil, preferimos pensar que se trataba de un paréntesis, como cuando termina una relación y vas contando por ahí que os habéis dado un descanso, mintiéndote a ti mismo, confiando en que la cosa se arregle. El principio de la Eurocopa invitó a perseverar en el autoengaño: un gol de Piqué que nos recordó a Maceda en París (pero sin Schumacher y sin José Ángel de la Casa con la voz quebrada) y una maravillosa exhibición de Iniesta frente a Turquía parecían sugerir que la chispa aún estaba viva.
“El mejor de la Quinta es Martín Vázquez”. Esta frase la repetían los entendidos durante aquellos años ochenta en que el Madrid ganaba Ligas sin parar y fracasaba una y otra vez en su asalto a la Séptima. Salvando las distancias, Martín Vázquez era una especie de Guti: un futbolista de una clase excepcional al que los entrenadores no acababan de encajar, un talento singular que solía desesperar al impaciente Bernabéu.
Si se mira bien, la de Encadenados (Notorious, 1946) es una historia de amor de lo más convencional. El resto es secundario: la trama de espionaje, el uranio como McGuffin (un año antes de Hiroshima, ojo), la ambientación en la alta sociedad de Río de Janeiro, el progresivo envenenamiento, el pérfido nazi enamorado perdidamente (magistral Claude Rains), la madre controladora (como la señora Bates, pero algo menos ajada). Todo ello es accesorio, un decorado necesario y maravilloso. Lo verdaderamente, lo únicamente importante de la película es el idilio frustrado entre Alicia Huberman y Devlin, encarnados por Ingrid Bergman y Cary Grant, guapísimos y maravillosos los dos; imposible encontrar reparto más adecuado.
En enero de 1981, la revista británica New Musical Express regalaba a sus lectores una cinta de cassette que recopilaba algunas de las propuestas musicales más excitantes del momento en el Reino Unido. La cinta llevaba por nombre C81 y recogía una variopinta muestra del pop británico en los albores de los ochenta.
"Los lunes siempre pienso en cambiar a diez jugadores, los martes a siete u ocho, los jueves a cuatro, el viernes a dos y el sábado ya pienso que tienen que jugar los mismos cabrones de siempre" Cuando uno se levanta con una resaca horrible, cuesta no creer en la existencia de un dios justiciero. Cuando eres joven te ríes de todo eso (de la resaca y de dios), pero con los años las resacas son cada vez peores y la cosa deja de tener gracia.
A Super 8, como a todas las cosas importantes de mi vida, llegué un poco tarde. Pero, como también sucede con todas las cosas importantes de mi vida, ya me ha sido imposible abandonarlo. Hay discos a los que uno vuelve una y otra vez porque se lo pide el cuerpo, porque no tiene más remedio. Hace poco hablaba de El Niño Gusano.
Cómo pensar entonces, en aquella tarde fría y soleada, que aquello no era un final más, de esos que acostumbrábamos de cuando en cuando, sino el final definitivo, fundido a negro, títulos de crédito y si te he visto me acuerdo lo justo. Cómo imaginar que después de ese abrazo a medias sólo quedaría el hola y el qué tal te va, el cuánto tiempo y el tenemos que quedar algún día, el qué bien te veo y el ya te llamo si eso.
Volví a ver hace poco aquel extraordinario partido entre Real Madrid y Snaidero Caserta, con Drazen Petrovic y Oscar Schmitz enzarzados en un duelo salvaje, como dos pistoleros del Lejano Oeste. El croata se fue hasta los 62 puntos, mientras que Oscar se tuvo que conformar con 44. Ese día ganó el Madrid la Recopa, pero cuentan que allí mismo, en Atenas, empezó a perder la Liga, toda vez que el vestuario saltó por los aires, harto del protagonismo de Petrovic, aunque habrá quien argumente que el arbitraje de Neyro también tuvo algo que ver.
"Las familias han creído durante mucho tiempo que algunas autoridades intentaron tergiversar los hechos para culpar a los aficionados de lo ocurrido. Tenían razón". Las palabras pronunciadas el pasado miércoles por David Cameron, primer ministro británico, tras ver definitivamente la luz un informe independente sobre la terrible tragedia sucedida en...
Se quejaba Nick Hornby, en un pasaje de su imprescindible novela autobiográfica Fiebre en las gradas (1992), de que la gente que sólo lo conocía en su vertiente futbolera le preguntaba casi con monosílabos qué tal iba su Arsenal, volviéndose de inmediato para hablar con otro interlocutor de la vida en general, como si ser un ferviente hincha de un club de fútbol lo inhabilitara para ser capaz de sostener una conversación sobre cualquier asunto medianamente serio.
Dream Team sólo ha existido uno. Aquel imponente equipo de baloncesto, formado por Michael Jordan , Magic Johnson , Larry Bird , Charles Barkley , Karl Malone , John Stockton , Scottie Pippen , Patrick Ewing y compañía, que participó en los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992, es el único y genuino merecedor de tal apelativo.
Dentro de 30 años, en algún blog o tumblr (o su equivalente en el futuro) de fútbol vintage alguien colgará una foto de dos chicos sonrientes de cabello revuelto, pecho peludo y barba de tres días unidos por un abrazo afectuoso y sobrio.
Como cualquier otro ámbito laboral, el deporte es un terreno apto para que surja el amor en cualquier momento. Ekaterina Gordeeva nació en Moscú, capital de la entonces Unión Soviética, en mayo de 1971. Su padre era operador de teletipos del Ejército y su madre, bailarina. Con apenas cuatro años empezó a practicar patinaje sobre hielo.
Una atmósfera enrarecida se respiraba la tarde del 18 de octubre en el Estadio Olímpico Universitario de Ciudad de México. Una atmósfera cargada y húmeda que amenazaba con descargar tormenta en cualquier momento. Eran las cuatro menos cuarto de la tarde y Bob Beamon se disponía a realizar su primera tentativa en la final del concurso de salto de longitud de los Juegos Olímpicos de 1968.
“Sin embargo, de camino al bar pensé que todo acabaría mal. Parece absurdo, pero es cierto. No oía mis pasos, eran los de un hombre muerto” . La frase la pronuncia Walter Neff, el personaje interpretado por Fred MacMurray en Perdición, mediado el metraje del film. A MacMurray, a pesar de que todo ha salido bien, a pesar de que no hay ningún cabo suelto, le asalta de pronto esa molesta sensación.
Sucedió a mediados de los noventa. En una de esas tardes perezosas que pasábamos escuchando música y hablando de vete tú a saber, mi amigo Paco me enseñó un disco que de inmediato me llamó la atención por su portada. En ella aparecía la fotografía de un atractivo futbolista con los brazos caídos, camiseta roja, melena al aire y abundante barba.